domingo, abril 16, 2006

Manual Para Pagar la Micro en Movimiento



MANUAL PARA PAGAR CON LA MICRO EN MOVIMINETO

Antes de subir (por más arriesgado que suene) tenga el dinero del pago en una de sus manos. Tratar de sacar las monedas arriba del bus en movimiento, es poco recomendable.
Una vez que ponga sus dos pies sobre las pisaderas, con la mano desocupada, afírmese del fierro que se encuentra tras el conductor. (No se extrañe si el metal está tibio, muchos hacen lo mismo que usted).
Cuando por fin entregue su dinero al piloto, ponga la misma mano, con la cual apretaba las monedas, sobre el fierro, liberando la otra con la que procederá a recibir el vuelto. Cierre firme su puño y con los dedos índice y pulgar juntos, intente coger el boleto que el conductor le entregará (si usted ha solicitado una rebaja de pasaje este último punto no lo tome de cuenta).
Revise el vuelto en su asiento. Atrás suyo otra persona está haciendo malabares para poder pagar.


Pablo Otaíza Pérez

viernes, abril 14, 2006

PELÍCANO


PELÍCANO

En Valpo (como él le decía) se conocieron y amaron. En el cerro Monjas se dieron su primer beso y ella le contó un secreto. En la plaza Victoria, dándole de comer a las palomas, imitando a los jubilados que la hacían llorar, asumieron que ya no era un juego. Y en el terminal de buses, ahí frente al Congreso, ella notó que no quería seguir viajando todos los fines de semana desde su ciudad, sólo para ver cómo él entraba a la mar cada sábado de madrugada


Pablo Otaíza Pérez

La Oveja Negra

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura

Augusto Monterroso

Ni los Diques nos Salvarán



La fuerza del brazo negro los jalaba hacia el fondo del hoyo en la arena. Un remolino de pequeños granitos tragaba todo lo que estaba cerca, su balde, su pala, y su mascarilla para bucear en la pequeña piscina que habían construido en la orilla, entraron por esa boca extraña, aterradora. Ni siquiera los diques de contención que edificaron para evitar el desmoronamiento de la pileta sobrevivirían a la debacle. Sólo quedaba una cosa por hacer…
Camina con una mascarilla de buceo, un balde y una pala vieja, la gente no le importa. Sólo de vez en cuando se acerca a la orilla y se sienta de espalda al mar, mirando hacia la arena, como esperando que esta le devuelva algo

Pablo Otaíza Pérez