Al marcar el número 11 supo de inmediato que se acercaba la hora de la verdad. El primero pasó volando y sólo sirvió para analizar la situación: solos, hermosa, la admiraba por el espejo mientras ella disimulaba no sentir la mirada sobre sus cabellos.
Entre el piso 2 y el tercero la miró a los ojos (por el espejo). Las miradas chocaron y el sabía que ella estaba al tanto.
En el tercero se decidió a hablarle, tomó aire, pero una sorpresiva parada en el cuatro le hizo detenerse violentamente. Mientras aparecía una estúpida anciana preguntando si la maquina subía o bajaba. ¡Sube! gritó sin medir consecuencias mientras apretaba el botón para cerrar las puertas y volver a enfocarse en lo suyo. Antes de llegar al quinto, ella se río tímidamente, haciéndola más perfecta, sabía que su sonrisa era por la situación que recién pasó. Ya tenían una historia juntos, de esas que se cuentan a los amigos en una reunión.
Piso 6 y aún no lograba algo. El estómago parecía haberse quedado en el primer piso mientras la endemoniada máquina tomaba más velocidad, casi como queriendo humillarlo.
En el siete se puso frente a ella y se atrevió a mirarla a los ojos, ella miró hacia el cielo buscando algo. La situación pareció eterna.
Piso ocho y volvió a tomar aire, respiró hondo, tanto que el piso nueve llegó de repente, vació sus pulmones y mientras el indicador marcaba el piso 10 se atrevió y le dijo con todo el amor posible: “Hola”.
Ella lo miró y contestó con un cálido y agradable “Hola. Llegamos al piso 11, acá bajas”.
El ascensor siguió su curso antinatural
Entre el piso 2 y el tercero la miró a los ojos (por el espejo). Las miradas chocaron y el sabía que ella estaba al tanto.
En el tercero se decidió a hablarle, tomó aire, pero una sorpresiva parada en el cuatro le hizo detenerse violentamente. Mientras aparecía una estúpida anciana preguntando si la maquina subía o bajaba. ¡Sube! gritó sin medir consecuencias mientras apretaba el botón para cerrar las puertas y volver a enfocarse en lo suyo. Antes de llegar al quinto, ella se río tímidamente, haciéndola más perfecta, sabía que su sonrisa era por la situación que recién pasó. Ya tenían una historia juntos, de esas que se cuentan a los amigos en una reunión.
Piso 6 y aún no lograba algo. El estómago parecía haberse quedado en el primer piso mientras la endemoniada máquina tomaba más velocidad, casi como queriendo humillarlo.
En el siete se puso frente a ella y se atrevió a mirarla a los ojos, ella miró hacia el cielo buscando algo. La situación pareció eterna.
Piso ocho y volvió a tomar aire, respiró hondo, tanto que el piso nueve llegó de repente, vació sus pulmones y mientras el indicador marcaba el piso 10 se atrevió y le dijo con todo el amor posible: “Hola”.
Ella lo miró y contestó con un cálido y agradable “Hola. Llegamos al piso 11, acá bajas”.
El ascensor siguió su curso antinatural
Pablo Otaíza